Hoy, que hemos cerrado la puerta de la salita
hasta septiembre, me sale escribir sobre todos y cada uno de los piratas de la
tercera planta que se han cruzado este año en mi camino. Los que recibieron el
alta, los que continúan luchando y los que ya no están en este mundo. Cuando
pienso en ellos lo primero que me sale del corazón es un ¡GRACIAS!
Un gracias enorme, y muchos os preguntaréis porqué…
Por muchas razones. Puedo decir, que la más
importante es porque las huellas que han dejado en mí saben a vida.
Cada momento que he vivido con ellos, por muy pequeño que fuera y a pesar de lo
que había detrás, ha sido dedicado a disfrutar. Nunca imaginé que un parchís o
una simple oca escondieran tantas cosas… o que en pocas horas alguien pudiera
marcarte tanto y menos alguien tan pequeñín (aunque pequeños son solo en
tamaño). Con ellos y gracias a ellos, ha sido mucho más fácil afrontar los
retos que día a día se presentaban. Me han enseñado el amor con mayúsculas,
a hablar con la mirada, saborear una
buena sonrisa, valorar un amigo, el valor de la familia, descubrir el lado
positivo de las cosas o apreciar cuánto puede decir un abrazo. En una palabra:
compartir.
La coraza, los prejuicios y todo aquello que nos
ponemos encima cuando salimos de casa, con ellos no son necesarios. Y si te
lanzas a compartir con ellos la vida, reirás pero también llorarás, te
bombardearán las preguntas, te enfadarás y te indignarás, pensarás que el mundo
va al revés y que es muy injusto… Pero al final lo aceptarás, te dedicarás a
disfrutar, a aprender, a ser bajito (porque allí todos somos bajitos) y a reír
a carcajadas con ellos, y dirás:
GRACIAS, ¡os llevo conmigo!
Irene