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15 de noviembre de 2015

Ojalá fueses eterno, abuelo


Ojalá.
Ojalá llegué a ser como tú, abuelo, eso significará haber triunfado.
Ojalá algún día llegue a querer a la gente como tú has hecho; sin condiciones, sin límites, sin esperar nada a cambio.
Ojalá sepa mantener las puertas de mi casa abiertas como siempre estaban las tuyas. Para los amigos, la familia, los vecinos o todo aquel que necesitase un café o un buen vino, o un hogar donde sentirse a gusto. Sin importar el motivo, el color de la piel o las capacidades de cada uno…
Unas puertas abiertas para compartir Vida alrededor del brasero y la mesa camilla, en los sofás verdes míticos del cuarto, en el río pasando el día, hablando de política o viajando. En el día a día. 
Ojalá volverte a coger la mano como aquella última vez...
Porque a veces no hace falta decir nada.
Ojalá siguieses esperándonos a la puerta del cole como hacías todos los días, hiciese calor o frío, con lluvia, con niebla o con sol. No faltaste ninguno.
Ojalá volviesen los domingos cambiando los cromos en la Alamedilla. O las tardes en el parque.
Ojalá viva con tanta pasión como tú has puesto siempre en todo lo que hacías. En el día a día. En lo rutinario y lo extraordinario. Con tu gente, con los tuyos, los que te pertenecen… 
Ojalá sea la luchadora que tú fuiste.
Cogiendo al toro por los cuernos en todo momento. E incluso teniendo la valentía de mirarle a los ojos, sin miedo.

Aun cuando todo era negro y se hacía cuesta arriba. Aun cuando parecía que hasta el respirar era difícil. Aun cuando los andares eran tambaleantes y los dolores palpables. Aun cuando no te quedaban casi fuerzas. Aun cuando se hacía presente la desesperanza, tú eras quien ponía la luz, la esperanza, la paz...

Una lucha incansable por los tuyos, por darles los mejor. 
Ojalá llegue un nuevo whatsapp tuyo al grupo. Sin espacios, con alguna que otra palabrota y esa “p” al final que lo hace tan tuyo.
Aun mantenemos la esperanza de que ese mensaje llegue en algún momento… 
Ojalá ame alguna vez de la manera que amabas a la abuela. Sin perder ningún día la fuerza y las ganas, incluso para discutir y enfadarse. Pero también para reconciliarse.
Y para cuidarla. Y no dejar de hacerlo nunca. Porque conociéndote sé que desde donde estés continuas haciéndolo.    
Gracias, por ser lección de Amor.
Ojalá sepa darle importancia a lo importante, como tu bien nos enseñaste.
A los que te aman incondicionalmente desde que naces e incluso desde antes. A los que te ayudan a levantarte cuando tropiezas o directamente te cogen y te ponen de pie. A los que hacen lo que sea por verte feliz. A los que nunca se van de tu lado. A los que son sangre de tu sangre. A la familia.
Ojalá no lo olvide nunca.
Ojalá siguieses ahí sentado en tu sillón naranja que tanto te gustaba con la bolsa de agua caliente, pero más que caliente, hirviendo.
Ojalá todas y cada una de tus manías.

Ojalá volver a escuchar tu voz ronca una vez más.
Ojalá el tiempo no corriera tan deprisa...
Ojalá fuese capaz de mirar a alguien como tú nos mirabas a nosotros, a tus nietos, tu debilidad.
Ojalá pudiéramos hacer todos los flanes que quedaron pendientes.
Y todas las clases de cocina que me ibas a dar para cuando me fuese a vivir sola, a experimentar mundo como tú me decías, y para que así no se perdieran tus extraordinarias recetas.
Ojalá pudiéramos seguir creciendo juntos. Enfadándonos, riéndonos, disfrutando, soñando, compartiendo, viviendo…
Ojalá los deseos al soplar las velas se cumplan.
Ojalá fueses eterno, abuelo. Ojalá. 

 Aquí nos tienes Manolo, todos al “mogollón” como te gusta;
a todos los tuyos, los que te pertenecen
a los de tu sangre, que han llenado siempre tu pensamiento y tus palabras
a los allegados, a los que has querido como de tu sangre
a los que son sangre de tu sangre y tu debilidad
y también a todos estos que te han querido y que quieren a los tuyos,
porque tú nos has enseñado como hay que querer a la gente.
De verdad Manolo, ¡te puedes ir contento!

15 de junio de 2014

Pequeños piratas

Hoy, que hemos cerrado la puerta de la salita hasta septiembre, me sale escribir sobre todos y cada uno de los piratas de la tercera planta que se han cruzado este año en mi camino. Los que recibieron el alta, los que continúan luchando y los que ya no están en este mundo. Cuando pienso en ellos lo primero que me sale del corazón es un ¡GRACIAS! Un gracias enorme, y muchos os preguntaréis porqué…

Por muchas razones. Puedo decir, que la más importante es porque las huellas que han dejado en mí saben a vida. Cada momento que he vivido con ellos, por muy pequeño que fuera y a pesar de lo que había detrás, ha sido dedicado a disfrutar. Nunca imaginé que un parchís o una simple oca escondieran tantas cosas… o que en pocas horas alguien pudiera marcarte tanto y menos alguien tan pequeñín (aunque pequeños son solo en tamaño). Con ellos y gracias a ellos, ha sido mucho más fácil afrontar los retos que día a día se presentaban. Me han enseñado el amor con mayúsculas, a  hablar con la mirada, saborear una buena sonrisa, valorar un amigo, el valor de la familia, descubrir el lado positivo de las cosas o apreciar cuánto puede decir un abrazo. En una palabra: compartir. 

La coraza, los prejuicios y todo aquello que nos ponemos encima cuando salimos de casa, con ellos no son necesarios. Y si te lanzas a compartir con ellos la vida, reirás pero también llorarás, te bombardearán las preguntas, te enfadarás y te indignarás, pensarás que el mundo va al revés y que es muy injusto… Pero al final lo aceptarás, te dedicarás a disfrutar, a aprender, a ser bajito (porque allí todos somos bajitos) y a reír a carcajadas con ellos, y dirás: 

GRACIAS, ¡os llevo conmigo!

Irene