Hoy he tenido el gran placer de
conocer a Luis, un chico de 16 años al que le encanta jugar al tenis, animar a
su equipo de fútbol y compartir su tiempo con su familia y amigos.
Hace unos meses la vida volvió a
jugarle una mala pasada. Un mal resultado en una revisión provocaba un giro
completo en su vida y en la de sus más cercanos. Había vuelto a aparecer la
leucemia, y esta vez lo hacía con más fuerza que nunca. Ésta ha sido la
enfermedad que le ha puesto en primera línea de lucha desde los 8 años y que
hace dos desapareció dejando a Luis cómo
el claro vencedor de la guerra, pero no, tan sólo había sido una batalla más
ganada.
“Ahora solo queda seguir luchando
y lo haré hasta que no pueda más. Se lo debo a mi familia, que son los que me
dan la fuerza para seguir día a día, sino por mí ya habría tirado la toalla”
Con su mascarilla puesta y del
brazo de su padre mientras su madre le llevaba el gotero aparecía esta mañana
por el pasillo. Desprendía una alegría que es difícil describir, a pesar del
sufrimiento y el cansancio, y que será muy difícil que olvide.
Lección de vida. En la espera
para realizarle una prueba de las tantas que se hace al cabo de la semana, me
decía, con una sonrisa de oreja a oreja, “¿a qué no sabes que señal me ha
dejado la lucha? ¡¡Una mancha con forma del mapa de África!!”. Las risas
invadían el silencio y la tensión que se respiraba en la sala segundos antes.
Ante el carácter de Luis del que todo el mundo estaba admirado después de todo,
el simplemente se limitaba a decir; “ante
la enfermedad, lo mejor son las sonrisas”.
¡Cuánta VIDA, en mayúsculas, transmite! Por
mil razones; hablar con la mirada, coger de la mano a su madre porque la veía
nerviosa antes de entrar a la consulta, saborear una buena sonrisa, descubrir
el lado positivo de las cosas, una buena palabra, apreciar cuánto puede decir
un abrazo… Se dedica, sencillamente, a vivir plenamente, a dejarse la piel en
la lucha del día a día, a ser ejemplo para tantos.
“Con
él y gracias a él, ha sido mucho más fácil afrontar los retos que se
presentaban cada día.” José Antonio, padre de Luis.
Gracias, por enseñarme tanto y darme tanto en tan pocas horas.